Juan Carlos Escalante
El maíz mexicano, base de la diversidad culinaria mexicana, hoy reconocida como patrimonio inmaterial de la humanidad, se encuentra ante una despiadada ofensiva por parte de un puñado de grandes transnacionales de la agroquímica, al insistir en introducir en el territorio un maíz transgénico que fue diseñado en laboratorio para forraje de cerdos (es de notar que el alimento base de los estadounidenses es el trigo).¿Por qué la insistencia? Porque la producción de maíz en México, el gran mercado del maíz para el consumo humano que hasta ahora es abastecido por millones de campesinos y campesinas mexicanas, ha llamado la atención de las grandes transnacionales de la agroquímica porque es un negocio excelso. Con ello, argumentan opositores de la sociedad civil, investigadores expertos en agricultura y campesinos y campesinas, se pone en riesgo la viabilidad, tanto genética como económica de los maíces criollos nativos. Se ha presentado evidencia de contaminación aérea en campos de maíces nativos, cambiando su naturaleza y potencialmente borrando las características que los hace singulares y apreciados por sus cualidades culinarias y de nutrición. Y se ha presentado evidencia de los daños a la salud por exposición de los y las campesinas al agrotóxico que acompaña al paquete tecnológico, así como en el consumo. Pero los negociadores estadounidenses hacen oídos sordos y ojos ciegos. Con una andanada de tecnicismos y recursos retóricos, desechan toda esta evidencia aludiendo que no es ciencia, esto es, que no es la que ellos dicen que es ciencia. La ciencia institucional, la de las grandes universidades de prestigio de los Estados Unidos, donde las transnacionales invierten millones de dólares para financiar investigaciones dirigidas específicamente a desacreditar con base en tecnicismos los reclamos científicos de la sociedad civil mexicana. Por otro lado, argumentan los opositores al maíz transgénico que la biodiversidad de los maíces nativos se verá comprometida también por la dificultad de los campesinos y campesinas mexicanas para poder competir con el bajo costo al consumidor del maíz industrializado, de producción masiva de monocultivo, desmotivando potencialmente su siembra en el futuro. El sistema de monocultivo es un sistema depredador, pues destruye todo ecosistema a su alrededor por el uso intensivo de los venenos agrotóxicos, salvo desde luego maíz industrial, y dejan la tierra inutilizable después de algunos ciclos.
La incursión del maíz transgénico de las transnacionales en el territorio no sólo implica la desaparición de una cultura milenaria alrededor del maíz, sino el desplazamiento de millones de campesinos y campesinas de su materia de trabajo y fuente de identidad social. Con el aval de la ciencia institucional, pretenden quitarle el “negocio” de alimentos del campo a los y las campesinas, introduciendo una variedad de maíz barato, forzando la compra de su semilla patentada en un ciclo monetario circular y sumamente beneficioso para las transnacionales. Por cierto, sería útil calcular cuánto estas transnacionales de la agroquímica le deben a los campesinos y campesinas mexicanas por haberse apropiado de sus semillas, ya mejoradas y evolucionadas generación tras generación, sin haber pagado un solo centavo.
La soberbia y avaricia de los gerentes de las transnacionales es infinita. Pretenden acaparar todo el mercado de nuestra alimentación primaria, y lo que más nos hace mexicanos, y arrasar con la cultura milenaria detrás de ella. Primero, porque es negocio. Mientras que los y las campesinas mexicanas que han cultivado y resguardado la semilla generación tras generación ven el maíz como alimento y cultura, para las grandes transnacionales no es más que una mercancía más, a la cual se le pueden extraer jugosas ganancias con las cuales incrementar la acumulación, el poderío económico y dominio de la totalidad de los mercados de maíz en el mundo Y no son pocos sus aliados aquí en el territorio, “empresarios” mexicanos, de ascendencia y mentalidad más bien de tipo occidental, cuya única virtud es tener dinero y no saber qué hacer con él más que buscarle alguna vía con la cual hacer más dinero. Pero en segundo lugar, esa es invariablemente la naturaleza del capital: expandirse y expandirse, y acumular por acumular. De otra forma, se extingue. La inercia le exige al capital siempre producir más, eliminar toda competencia, y sobre todo la que proviene de los que percibe como más débiles, de aquellos que tienen otra visión del mundo e ínfimos recursos para defenderse de sus embates. Y defenderse sobre todo del capital extranjero, el cual no conoce, ni le interesa conocer, las culturas que desplaza y arrolla, La única cultura que ese capital conoce, es la del dinero, y la del beneficio personal individual.